Por José Antonio Badillo Arias
Agradezco a la corporación del Ayuntamiento de Almedina, y en particular a su Alcalde, el honor que me han otorgado al elegirme para realizar el pregón de las fiestas patronales de este año.
Quiero expresar, en primer lugar, mi admiración y reconocimiento a las personas como tú, Alcalde y los concejales de este Ayuntamiento, porque dedicáis vuestro tiempo, vuestros conocimientos y vuestra experiencia a hacerles la vida mejor a los habitantes de este pueblo. Además, lo hacéis en una época difícil, de crisis, lo que hace que vuestra labor sea más valorada.
Supongo que cuando el pregón lo hacemos personas nacidas en el pueblo y que no vivimos habitualmente en él, pecamos de cierta dosis de sentimentalismo y añoranza. Pero no quiero incurrir en eso y, por tanto, no voy a hablar de lo que siento o sentimos los que por unas u otras razones no vivimos en Almedina. No quiero hablar de lo que se echa de menos cada vez que nos vamos de aquí –aunque uno nunca se acaba de ir del pueblo-, ni de la ilusión que sentimos cuando vemos la torre de la iglesia al acercarnos a él por la carretera de Infantes.
Tampoco quiero hablar de que nunca se olvidan ni deben olvidarse las raíces que tenemos. No se olvidan nuestros orígenes, nuestra historia, mucho menos nuestra familia, nuestros amigos, nuestros vecinos. Nuestras raíces marcan nuestra forma de ser, están en nuestros genes, en nuestra identidad. Nuestras raíces, en fin, nos mantienen unidos a la tierra. Nos hacen que tengamos los pies en el suelo, tanto en los momentos en los que las cosas nos van bien -para no creernos nada-, como cuando nos van mal -para saber aguantar el temporal-.
Pero, como digo, no quiero hablar de eso. Me gustaría aprovechar esta oportunidad para rendir un sencillo homenaje a todos los vecinos de este pueblo, sobre todo a los más mayores, a los que nos han dejado, a nuestros antepasados.
Me gustaría contaros a todos, en particular a los más jóvenes, lo que he aprendido de este pueblo. Sabéis que el conocimiento no solo se adquiere en los libros, las escuelas o las universidades. Se adquiere también de las vivencias personales, de lo que nos enseñan los mayores: muchas veces con sus silencios, con su forma de actuar; de lo que se transmite generación a generación.
Para ello, me tengo que referir necesariamente a la historia más reciente de nuestro pueblo, que ha estado influenciada por distintas circunstancias sociales, políticas, geográficas y climáticas, que no han sido, precisamente, demasiado benévolas.
Almedina, no hace tantos años, sufrió una guerra y una posguerra especialmente duras, donde se pasó hambre y necesidades de todo tipo.
Las personas de mi generación, los que nacimos después de la posguerra, en una etapa mejor, en las décadas de los años 50 y los 60, aunque en general no pasamos necesidades básicas, fuimos testigos, de pequeños, de las penurias que pasaron nuestros padres y abuelos, de la economía de subsistencia. Es verdad que la mayoría recordamos nuestra infancia como una etapa feliz, pero también lo es que había carencias de todo tipo. En nuestras casas no había agua, ni, mucho menos, cuartos de baño, ni electrodomésticos, ni comodidades. Nuestros juguetes eran la pícula, el tirachinas, los tejos, los rulos, el balón, las flechas, la trompa y poco más. Casi todo, por no decir todo, de fabricación casera. Apenas circulaba el dinero.
Almedina, no hace demasiado tiempo, sufría las consecuencias perversas de un reparto injusto de la tierra que nos da de comer. La riqueza se aglutinaba en pocas manos, y el resto, la inmensa mayoría de la población, los llamados gañanes, trabajaban de sol a sol para apenas malcomer y malvivir. Al acabar la jornada dormían, si es que eso era dormir, junto a las cuadras, tapados con mantas de animales, y cada dos o tres horas debían levantarse para alimentarles. Otras personas estaban aún peor, ni siquiera malcomían. Algo que ahora suena lejano e irreal pero que mi memoria de niño me sigue refrescando de vez en cuando.
Como consecuencia de esta situación, cuando empezó el proceso de industrialización en las ciudades más grandes del país, en las décadas de los años 50 y 60 del pasado siglo, aproximadamente un tercio de la población tuvo que emigrar, casi todos, con una mano delante y otra detrás, en busca de una vida mejor; con las consecuencias de desarraigo que la emigración tiene tanto para los que se iban como para los que se quedaban. Estas fiestas que vamos a celebrar son también un motivo de encuentro de algunos emigrantes que se fueron en esos años y que, como los que nos fuimos después, nos gusta compartir con vosotros.
Almedina, que ha vivido y en buena medida vive de la agricultura, tiene una tierra fuerte, árida, que depende demasiado de los avatares de la caprichosa naturaleza, que unas veces la inunda de agua, pedrisco o hielo, arrasando sus cosechas y otras, le cierra el grifo durante meses, consiguiendo los mismos efectos.
Nuestro pueblo tiene un clima extremo. Mucho frío en invierno y mucho calor en verano, pasando prácticamente desapercibidas las otras dos estaciones que, teóricamente, son mejores.
Almedina ha sido un pueblo aislado. No solo sufrió el aislamiento de los años de dictadura, como el resto del país, sino que, además, su situación geográfica, lejos de núcleos urbanos y de vías de comunicación importantes, le convirtieron en un lugar casi sin referencias.
Pues bien, todas estas circunstancias adversas, y algunas más, han forjado una forma de ser de los habitantes de este pueblo, que se ha transmitido generación a generación y que está en el aire que respiramos.
Por tanto, lo que yo he aprendido es que nuestro pueblo ha estado y está lleno:
De gente trabajadora, honrada, honesta.
Personas solidarias con los demás, dispuestas a ayudar a los más necesitados. Nuestra historia está llena de muestras de solidaridad.
Personas calladas, quizá demasiado calladas.
Personas sufridas, quizá también demasiado sufridas.
Nuestro pueblo ha estado y está lleno de gente humilde, gente sencilla, pero con mucha dignidad.
Estos valores a los que me acabo de referir son la mejor herencia que nos han dejado nuestros mayores y que, como digo, se han ido transmitiendo de generación en generación, a lo largo de nuestra ya dilatada historia.
Por eso me siento orgulloso de haber nacido en este pueblo. Me siento orgulloso de ser, como la mayoría de vosotros, hijo, nieto y sobrino de agricultores, de gañanes –aunque esta palabra tenga ahora un sentido peyorativo-, que se han dejado la piel en estas tierras y, aunque, como todos, llevo una vida distinta, trato de no olvidarme de esto, de no olvidarme de dónde vengo, de mis orígenes.
Como estamos en tierras manchegas, creo que viene a colación y que resume lo que acabo de decir, el consejo que le da Don Quijote a Sancho Panza:
“Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no desprecies decir que vienes de labradores; y préciate más de ser humilde virtuoso, que pecador soberbio”.
En la historia más reciente, en los últimos 40 años, nuestro pueblo, de la mano del resto de la nación, ha progresado como nadie podría imaginar hace esos años. Se ha avanzado en estos años más que en varios siglos.
Los que tenemos más de 40 años, somos testigos de los cambios que se han producido. Hemos pasado de no tener nada en las casas, a tener internet y a comunicarnos mediante una pantalla de ordenador con personas que están a miles de kilómetros.
Hemos mejorado en educación, sanidad, pensiones, servicios sociales, etc. Hemos dejado, por ejemplo, de nacer en nuestras casas, con los riesgos que eso conllevaba, para hacerlo en buenos hospitales.
Hemos mejorado también en oportunidades. En general, todos vivimos mejor que nuestros padres, como ellos han vivido mejor que los suyos.
Tenemos también un pueblo precioso, que en nada se parece al que había hace 30 o 40 años: sus calles, sus fachadas, el parque, el polideportivo, la casa de la cultura, este Ayuntamiento.
Sin embargo, en estos últimos cinco o seis años de crisis, parece que se están resquebrajando los cimientos de eso que se viene llamando “el Estado del Bienestar”. Parece que estamos volviendo para atrás en muchas cosas que ya estaban conseguidas. Estamos perdiendo derechos que se tardó siglos en conseguirlos. Estamos perdiendo conquistas sociales, conquistas laborales.
Nos dicen que lo que ha provocado esta situación es porque hay crisis de valores, que hemos vivido los últimos años como nuevos ricos, que, en definitiva, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.
Yo creo que esto no es cierto. La gente normal, la gente trabajadora, la gente de este pueblo no ha vivido, ni mucho menos, por encima de sus posibilidades. Comprarse, por ejemplo, una casa o un piso, cuando los bancos te daban el ciento veinte por ciento de la hipoteca, porque todos ganaban, no es vivir por encima de nuestras posibilidades. Los que se compran mansiones, yates, aviones o se llevan nuestro dinero a paraísos fiscales, son los que han vivido por encima de sus posibilidades, por no decir otra cosa.
Aquí lo que ha ocurrido es que ha habido unos cuantos, –algunas élites políticas, económicas y financieras-, que se han montado una fiesta cegados de avaricia, codicia, ambición, y egoísmo….Y ahora, los platos rotos de esta fiesta los estamos pagando entre todos, en forma de recortes en sanidad, educación, servicios sociales. En forma de paro, desahucios, emigración de nuestros jóvenes, etc.
Pues bien, ahora más que nunca, si queremos seguir adelante, seguir progresando como sociedad, si queremos que haya justicia social, tener oportunidades, si queremos que nuestros hijos vivan mejor que nosotros, porque eso es la ley natural, no queda más remedio que reivindicar esos valores a los que me vengo refiriendo. Debemos poner encima de la mesa esos valores que nos han transmitido nuestros mayores: el esfuerzo, el trabajo, la solidaridad, la humildad…
Una sociedad puede ir mejor o peor, puede haber años de vacas gordas y años de vacas flacas, porque así nos lo cuenta la historia. Pero nunca debe olvidarse de esos principios, que deben permanecer siempre.
Pero amigos, esos valores no están reñidos ni son incompatibles con la idea de vivir la vida, de disfrutar, de divertirse. Y es que este pueblo también sabe hacer esto. Este pueblo sabe también mantener su religiosidad, sus tradiciones, sus costumbres, sus fiestas. Y si no, que se lo pregunten a San Antón, San Blas, San Marcos, San Gregorio, San Isidro, San Cristóbal, la Virgen de agosto o las fiestas de nuestra patrona, la Virgen del Rosario. Cualquier excusa es buena para hacer una fiesta. Para convivir, compartir, relacionarse, divertirse…o, para los más religiosos, honrar a sus santos.
Advertía Don Quijote a Sancho en uno de los pasajes de la obra cervantina, que la salud del cuerpo se fragua en la cocina del estómago, y por tanto hay que mantener prudencia con lo que allí se deposita, pero ese consejo tendrá que esperar unos días para que se haga efectivo entre nosotros, pues llega el tiempo de disfrutar, de entregarse a la vida social, y hacer gala de nuestra buena hospitalidad, de aparcar diferencias y sentirnos únicos, pues como he repetido a lo largo y ancho de este pregón, lo somos.
Y si me permitís, para finalizar, ahí van unos versos:
Almedina nace con mi primer recuerdo,
mi infancia son sus calles, sus gentes y su cielo .
Me fui mil veces y mil veces he vuelto.
Almedina crece con el paso del tiempo,
mi vida son sus tardes, su piel y su recuerdo.
Me fui mil veces y mil veces he vuelto.
Almedina es el lugar donde todo es eterno,
soy parte de la tierra que cubre nuestro suelo.
Me voy mil veces y mil veces vuelvo.
Almedina será mi estanque y mi fuente.
La calma de mi sed, la uva en septiembre;
algún día volveré y será para siempre